"Veinte Años y un Café"
Nos conocimos en un rincón de la ciudad, entre tazas humeantes y versos desbordados. Yo, profesor de literatura, con la nostalgia escondida entre las páginas. Tú, secretaria de mirada inquieta, tomando notas de un mundo que te quedaba chico.
Fuimos un secreto escrito en la espuma de los cafés, un instante suspendido entre el tintineo de cucharas y poemas prestados. Nos hicimos cómplices de los atardeceres, del cine en blanco y negro y los libros sin dueño. La poesía nos abrazaba como un viejo mantel de café donde el amor dibujaba su historia en servilletas olvidadas.
Pero la vida—impredecible y cruel— nos arrojó a orillas distintas. Dos hojas de otoño arrastradas por un viento que nunca preguntó.
Veinte años después, en una ciudad que nos ignora, salimos del metro bajo la misma lluvia que nos vio enamorarnos por primera vez. La lluvia cae como un poema sin lector, como una memoria que se ha resistido al olvido. Cada gota es un instante perdido, una palabra que quisimos decir y quedó atrapada en el tiempo.
Nos miramos. Los años se deshacen en los charcos, la distancia cae como un abrigo innecesario. El tiempo se detiene solo para decirnos que aún nos recordamos.
Y entonces, sin dudas, sin preguntas, con la certeza de quien encuentra un verso olvidado, nos acercamos. Hay un temblor en los dedos, una nostalgia en el pecho, como si el universo nos estuviera devolviendo lo que un día nos arrebató.
Entramos al mismo café, las manos rozándose como un eco de lo que fuimos. Pedimos dos tazas de lo que éramos, y con la primera gota de café sobre la lengua, entendimos que el amor, aunque perdido, nunca estuvo lejos.
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