Redención
Había una vez un pistolero retirado llamado Miguel. Durante años, había llevado su Colt .45 con orgullo, enfrentándose a bandidos y forajidos en los polvorientos pueblos del Lejano Oeste. Pero ahora, su vida era tranquila. Vivía en una pequeña cabaña al borde del desierto, rodeado de su esposa Elena y sus dos hijos, Juan y María.
Un día, un grupo de forasteros llegó al pueblo. Eran hombres peligrosos, de miradas frías y rápidos con el gatillo. Buscaban venganza por un antiguo enfrentamiento con Miguel y no tardaron en encntrarlo.
Miguel intuía que no podía escapar. No podía permitir que su familia sufriera por su pasado. Así que, con manos tembolorosas, desenfundó su pistola por última vez. El sol se reflejó en el acero mientras apuntaba a los forasteros.
"¡Alto!" Gritó Miguel. No quiero problemas. Pero si cruzan esa línea, no dudaré en disparar"
Los forasteros se rieron. "¿Crees que puedes detenernos, anciano?" dijo su líder. "Tus días de gloria han terminado."
Miguel miró a Elena y a sus hijos, quizás por última vez. Recordó los momentos felices que habían compartido juntos. No podía permitir que esos hombres rudos les hicieran daño.
El líder de los forasteros de movió, su mano cerca de su revólver. Miguel apretó el gatillo. La bala atravesó el aire, encontrando su objetivo. El líder cayó al suelo, su arma humeante inutilizada.
Los demás se quedaron atónitos. Miguel ciertamente no era el hombre que solía ser, pero aun tenía la mirada y la puntería de un pistolero. Los forasteros retrocedieron, dejando atrás su venganza.
Miguel enfundó su pistola por última vez. Se volvió hacia su familia, sus ojos llenos de fulgor y determinación. "Nunca más volveré a desenfundar esta pistola. Pero siempre protegeré lo que amo."
Sin embargó, cuando el polvo se asentó, uno de los forajidos se levantó. Tenía los ojos de Miguel y la misma cicatriz en la mejilla. Era su hermano, perdido hace muchos años.
“¿Porqué, Miguel?”, preguntó Carlos con voz quebrada. “¿Porqué no me reconociste?”
Miguel bajó la mirada. “Pensé que estabas muerto, hermano. No podía arriesgar a mi familia.”
Carlos sonrió tristemente. “No soy un forajido. Soy un hombre renacido. Pero necesitaba verte una última vez, había venido a pedirte perdón.”
Los dos hermanos se abrazaron con lágrimas en los ojos. Y así, Miguel descubrió que su última bala no había matado a un enemigo, sino que había reunido a su familia, uniendo los hilos rotos del pasado.
La Colt .45 se deslizó con destreza de vuelta a su funda, y la redención envolvió el corazón de Miguel. Extendió su mano hacia su hermano, ayudándolo a levantarse del polvoriento suelo. Las sombras de los dos hombres se entrelazaron, fusionándose con el apacible sol de la tarde. En ese momento, el pasado y el presente se unieron en un abrazo silencioso, y Miguel supo que había encontrado algo más valioso que la venganza: la reconciliación con su propio pasado.
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